La navegación aérea tiene poco más de cien años y la navegación espacial sólo tiene sesenta años. Aunque esto sea poco tiempo a escala histórica, si se compara su evolución con la de otras tecnologías, las de propulsión aérea y sobre todo la de lanzamientos orbitales parecen estancadas, apegadas a los primeros éxitos de la propulsión química, a pesar de ser muy contaminante e ineficaz.
Los tímidos intentos de usar energía solar en aviación se hacen con aparatos estrafalarios y tremendamente frágiles que siguen el modelo de los primeros aviones a hélice.
Los lanzamientos de naves espaciales siguen usando los mismos cohetes químicos diseñados para ataques rápidos difíciles de interceptar.
Pienso en una alternativa que permita elevarse en el aire sin contaminarlo y acelerar sin prisas, con tiempo, hasta alcanzar la velocidad orbital, y que use los recursos del medio por el que se desplaza, principalmente el aire y la radiación solar. Además sus partes móviles deben ser robustas y muy redundantes para resistir múltiples fallos.
La idea es hacer pasar el gas del medio, ya sea aire o materia interplanetaria, a través de conductos cuyas paredes puedan juntarse y separarse de forma ondularoria a lo largo del vehículo, como harían las paredes del cuerpo de un gusano al moverse por la tierra tragándola y expulsándola. El motor constaría de miles de tubos paralelos de materiales ultrafinos, compresibles, controlados electrónicamente de manera que se pueda comprimir individualmente cada uno de sus sectores, que pueden ser miles.
Hace muchos años que existen compresores hechos con materiales piezoeléctricos actuados por tensiones eléctricas que alternan a frecuencias ultrasónicas. El principio sería el mismo.
Desde el descubrimiento de la producción de grafeno, a principios de este siglo, se han desarrollado múltiples materiales planos con propiedades electromecánicas muy prometedoras, y muy resistentes.
En el sentido de propulsarse usando materia y energía del medio, ya se están desarrollando en la ESA motores para mantener satélites en una órbita baja, de unos 200 km, cuyos motores iónicos tomarían aire enrarecido de las capas altas, lo ionizarían y finalmente lo acelerarían, usando energía solar de paneles situados en las paredes externas.
Con estos precedentes, quiero creer que no se tardará mucho en desarrollar alternativas ecológicas, eficaces y duraderas a los cohetes y reactores químicos.