Estamos en un momento trascendente de la historia de la economía, en la que gran parte de las personas no pueden ganar lo suficiente para una vida digna mediante su trabajo porque no pueden competir en productividad con las máquinas y con los métodos salvajes de explotación del capitalismo. El trabajo ya no es lo bastante fuerte para mantener una negociación productiva para los que no tienen capital, o sea el común de la población, los que llamo comunes. En esta situación se hace evidente que la razón para exigir ingresos no debe ser la compensación por la productividad de nuestro trabajo, sino el cumplimiento de los derechos humanos, unos derechos que no nos los ha otorgado ningún dios ni la naturaleza, la cual no sigue ningún propósito, mucho menos a nuestro favor.
Los derechos humanos los ha creado la humanidad defendiéndose de las dificultades que pone la naturaleza, incluyendo en estas dificultades lo peor de la naturaleza humana: la crueldad y la explotación de unos humanos por otros. Estos derechos han costado muchos milenios de lucha y ahora nos enfrentamos a una dificultad muy poderosa: la capacidad que tienen las tecnologías de concentrar el dinero en muy pocos a costa de no cubrir las necesidades de la mayoría de la población y de explotar de forma no sostenible los recursos naturales. La situación es tan grave que requiere la respuesta más potente: la unión de los comunes para exigir ingresos dignos y respeto al medio ambiente.
Siempre que sea posible creo que exigiremos pacíficamente nuestros derechos: votando a quien defienda los derechos humanos y la Tierra y con manifestaciones pacíficas. Si la defensa colectiva pacífica es eficaz evitaremos llegar a un caos en el que haya que defender violentamente hasta el derecho más básico: la vida.