Actualmente es muy fácil la distracción de lo que realmente nos interesa. En cuanto tenemos un móvil, o una tele con mando a distancia, o los mandos de un vehículo motorizado, no tenemos más que mover un dedo para que ante nuestros ojos aparezcan estímulos variados y ajenos, que no tienen ninguna relación con nuestros asuntos cotidianos, ni con nuestras necesidades, ni con las personas próximas, ni con nuestras tendencias o ideales. Muchos de esos estímulos son tan potentes, generan tanta reacción en nosotros, que olvidamos nuestras verdaderas necesidades y nos interesamos por problemas o cuestiones ajenas hasta el punto de descuidar nuestra salud, nuestra economía, nuestra vida social, nuestro desarrollo intelectual y hasta nuestra salud mental. Quizá el acceso fácil a la información y al desplazamiento es una nueva droga contra la que no estamos lo suficientemente preparados, sobre todo las personas de menor edad y los que son propensos a las adicciones.
Ante esta adicción a la distracción quizá sea un buen remedio planificar nuestras vidas, esto es, estudiar con serenidad cuales son nuestros problemas o necesidades reales, ponernos objetivos y distribuir nuestro tiempo en las tareas necesarias para alcanzar esos objetivos. A partir de esa planificación, lo difícil será ser fiel a la misma ante la tentación de los estímulos, pero si estamos satisfechos con nuestros planes, si los sentimos como un buen producto intelectual nuestro, será más difícil que unos estímulos sin importancia nos aparten de nuestras tareas y nos arruinen la vida. Por eso creo que es importante darnos a menudo un tiempo para planificar nuestra vida y para comprobar que seguimos nuestros propios planes.
Sin autoplanificación, seguro que otros planificarán nuestras vidas, por ejemplo los especuladores, los estafadores, los políticos y los medios de comunicación sin escrúpulos al servicio de grandes propietarios.