Va a ser necesario tomar medidas gigantescas, lo que llaman geoingeniería, para reducir rápidamente la temperatura global. Esas medidas serán rechazadas por quienes quieren, muy razonablemente, que se resuelva el problema reduciendo el consumo de combustibles. Pero es que para eso hace falta convencer a todo el mundo en el poquísimo tiempo que nos queda hasta llegar al punto crítico, lo cual es imposible.
La medida que propongo está basada en la regulación de la temperatura de la superficie marina que hacen las tormentas de modo natural, pero forzándola artificialmente, de forma controlada, en puntos inmóviles, sobre el océano.
La idea es concentrar las aguas calientes de la superficie en zonas cercadas por un material flotante y deformable de pocos metros de profundidad. Para que el agua superficial fluya al interior de estas zonas usaría la fuerza de las olas y un perfil asimétrico del cercado flotante, de modo que sea más fácil que las olas viertan agua hacia dentro que hacia fuera. La circulación se completaría saliendo el agua más profunda, la más fría y más densa, por debajo de la valla.
Como la temperatura superficial de la zona cercada se haría superior a la de las aguas de alrededor, calentaría aire, que ascendería a capas altas de la atmósfera, donde disiparía calor al espacio por radiación. El ascenso de aire provocaría una depresión atmosférica constante, con vientos hacia la zona para reemplazar el aire ascendente. El viento aumentaría el oleaje que, por el efecto de válvula unidireccional de la barrera, llevaría más agua caliente a la tormenta artificial cercada, de modo que la actividad de la tormenta sería contínua.
La posición de la barrera, resistiendo el viento y el oleaje, se podría mantener mediante generadores eólicos flotantes repartidos por la barrera. Cada generador alimentaría un motor submarino orientado a mantener la posición contra las corrientes de agua y aire.
Estas zonas de tormenta artificial permanente deberían ser lo bastante grandes o abundantes en los océanos como para evacuar el calor sobrante. Me las imagino de decenas de kilómetros de diámetro.
En caso de efectos adversos o excesivos sería fácil detener su acción concentrando los generadores en un punto, anulando así la superficie cercada y dispersando el agua cálida.
La energía eléctrica sobrante de los generadores eólicos se transportaría a tierra para sustituir combustibles.